PREGÓN SEMANA SANTA DE HELLÍN 2024 PREGÓN SEMANA SANTA DE HELLÍN 2024 – 2 PARTE
PREGÓN SEMANA SANTA DE HELLÍN 2024 – 1ª PARTE
No hay reglas, no hay fórmulas prescritas, no hay tambores iguales, cada grupo toca aquello que considera y en el cruce entre filas o grupos, el saludo común es un ligero movimiento de cabeza, excepto si procede ofrecer una bota de buen vino. Son horas desprovistas de un objetivo fijo, nos desplazamos de un lugar a otro y yo, que me gusta ir a mi aire hasta entrada la madrugada, enseño a mis invitados detalles de la impresionante fiesta.
Avanzada la madrugada, encuentro a mi Yoya con Jose “Pototo”, Alfredo y su hermanica Leles y a Consu y Felix, y algunos de sus hijos y con ellos Jose Rodenas con una gran mochila a la espalda. Es obligada la parada, ese grupo como muchos otros, no tiene peña y en algún rincón tranquilo en medio del bullicio o en las escaleras de la iglesia se abrirá la mochila y se repartirá todo tipo de viandas y bebidas.
El carácter anárquico de nuestras tamboradas, es sin duda uno de los encantos que la convierten en fiesta de especial interés.
Cuando llega el amanecer los tambores se desplazan hacia el Monte Calvario. Antes en sus Peñas o en sus lugares de encuentro, sus portadores habrán repuesto fuerzas alrededor de un mojete, alguna chuya de bacalao, algunas habicas tiernas y la compañía del buen vino. Con suerte algunos disfrutarán también los golosos “panecicos”.
Cientos de costaleros y nazarenos han dejado sus tambores y sus túnicas negras para enfundarse las propias de su hermandad. Ellas y ellos acudirán a la Iglesia de la Asunción y el resto llenará la Loma del Calvario esperando a la procesión. En sus bolsas o mochilas habrá huevos duros, habas, chullas de bacalao, empanadas y algún bocadillo. En sus botas, el buen vino.
Un Jueves Santo hace años, un compañero de mi universidad que repiqueteaba en la procesión de Alcira, aceptó mi invitación a nuestro pueblo. Le impresionó la Procesión del Silencio y después salimos a tocar. Él llevaba túnica y tambor y una cámara de grabar. Tras unas vueltas por el Rabal, pasamos por el “Café de la Plaza” y allí dos buenos tamborileros, empezaron a tocar y, como diría Sánchez Ferlosio, “se enfrentaron en la arena los dos gallos frente a frente”. Los tambores repiqueteaban el uno y el otro y Alejandro emocionado inició su grabación y en un momento, con un gesto casi violento, retiró y cerró la cámara. Yo le miré con sorpresa y él me dijo: “esto es maravilloso, pero esto no es para contarlo, esto hay que vivirlo aquí en tu pueblo”.
Hay que estar en Hellín y hay que vivir la Semana Santa de Hellín en Hellín, porque es maravillosa, pero es inenarrable. ¡Hay tantas semanas santas hellineras! Y no seré yo el que dé por buena una sobre cualquier otra.
Ante una fiesta tan compleja, viene a cuento el manido verso de D. Ramón de Campoamor en el que alude a:
“…nada hay verdad ni mentira:/todo es según el color/del cristal con que se mira”
O quizá recurrir a la teología de Pseudo-Dionisio cuando ante la complejidad del conocimiento de Dios, concluye: “Si crees saber lo que es Dios, es que no es Dios”.
¡Pos eso! Campoamor y Pseudo-Dionisio, me animan a evitar errores ante la compleja Semana Santa Hellinera. “Si crees saber lo que es nuestra Semana Santa, es que no es nuestra Semana Santa”. Yo les hablo de la mía, seguro que cada una o uno de ustedes hablarían de la suya y no necesariamente contarían las mismas cosas.
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Temprano saldrá la procesión
Imágenes que avanzarán precedidas de cientos de tambores hacia el Monte Calvario por el Camino de las Columnas, entre las huertas que antaño permitiese arrancar alguna lechuga o algún manojo de habas para aliviar la sequedad de nuestra boca.
En ese camino hace años se encontraba el “Bar Ribazo” y los costaleros, dejando las imágenes sobre los zancos, reponían fuerzas almorzando en ese lugar los huevos fritos con patatas, las sardinas o las anchoas y, por qué no, algunos trozos de tocino ya que se sentían amparados por la “Santa Bula”. Otros comían un rico arroz y conejo en la misma falda del monte.
Cuando la Dolorosa inicia el camino de las columnas después de haber pasado “el rulo”, en la lejanía, se ve el desorden: la mezcla de túnicas de nazarenos que antes entraban y salían del camino del “Ribazo” y ahora solo recomponen el orden de la procesión en el pino, frente al convento de la Madre María Luisa.
Ahora ya no hay Ribazo y cada Hermandad tiene su sitio para proceder al almuerzo, pero la sombra de aquel merendero cubre los espacios ocupados para ese menester.
“La Cruz” ya está en la cima del monte y “La Dolorosa”, detrás de San Juan, de una manera ordenada avanza por las Columnas.
Pasado el barrio de Las Cuevas, se llega a la última rampa. Allí la pendiente del monte es muy empinada y todos los costaleros la sufren con resignación. De forma especial lo hace el “Paso Gordo”. Sus costaleros la afrontan a la carrera y sin paradas, vale la pena hacer el esfuerzo, la emoción de los tamborileros, que están en la ladera a la espera, provoca que hagan sonar sus tambores repiqueteando con efusión.
Al llegar al final de la cuesta, los costaleros están exhaustos, con respiración profunda se reponen durante unos segundos hasta llevar el trono al sitio donde espera el final de la procesión. Allí, después de encontrarse La Verónica y “El Nazareno”, ella se alineará junto a las demás imágenes, mientras Él se aproximará a la ermita a esperar a “La Madre”. Cuando Ella llega junto a su leal Juan, Madre e Hijo juntos, se cantará “El Motete”, un rezo ancestral, que refleja el dolor de una madre mirando a su hijo humillado y a punto de ser crucificado.
La mayoría de los asistentes se han colgado los tambores y tocan por todo el monte mezclados entre las túnicas de nazarenos con el reflejo del sol de la mañana. El colorido es absolutamente impactante.
Pasado no mucho tiempo, desde el monte miles de tambores se dirigen al Rabal.
Son muchas horas sin descansar y, en la mayoría de los casos, con una alegría propia de la situación. Los horarios del hecho religioso y la fiesta tamborilera son difícilmente compatibles.
El atractivo fundamental de los tambores es incuestionable por lo que, llegado el momento, corresponde reconocer el carácter poliédrico de nuestra Santa Semana. Devoción, Arte, Artesanía, Profunda Tradición, Solidaridad, Cultura, Economía, con una “Tamborada Inmensa”, componiendo todo ello una única “Gran Fiesta”.
Tambores y procesiones son inseparables y aquí otro milagro de nuestra compleja Semana Santa: a pesar de los pesares, la religiosidad y la fiesta pagana consiguen la comprensión y la compatibilidad al margen de cualquier razón.
Permítanme que recupere una sentencia de D. Miguel de Unamuno en Niebla: “…La obra humana es colectiva; nada que no sea colectivo es ni solido ni durable”.
Nuestra Semana Santa es obra colectiva y por eso es sólida y durable.
Y vuelvo al recorrido hacia el Rabal en la mañana ya tardía del Viernes Santo. Allí la fiesta se desborda mientras se espera la procesión y encontraremos al “cristalero” con su fotomatón, hasta hace pocos años, en el entrante del Banco Central, al “Charles” con su hermanico, repartiendo trozos de buen pan con mallorquina y en su momento cuando todavía vivía mi amigo Sánchez el de la imprenta, repartía caramelos sin parar.
La risa floja es la imagen que se desprende de la mayoría de los participantes en ese final de fiesta antes de que comience el duelo por la muerte de Cristo.
Hoy ya no están ni Manolo ni Álvaro ni el Charles en el Rabal repartiendo alegría, tampoco Rafael (rompetechos) o Cándido repiqueteando con “primor” en sus bandas. Pero otros ofrecen gambas cocidas o a la plancha, chullas de bacalao o jamón y queso, desde su carro de la peña o desde una tabla improvisada en la Plaza de la Iglesia. No olviden ustedes la “Santa Bula”.
Ya no recuperaremos la hora de las tres de la tarde para iniciar el luto. A una hora que no sabemos cuál es, la procesión recorrerá el Rabal y la Virgen Dolorosa entrará en el templo subiendo las escaleras a hombro de sus costaleros en una ceremonia de dolor en presencia de su hijo crucificado portado en el madero. Ahora sí, comienza “El Duelo”.
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Algún año, mi túnica la llevó uno de los hijos de mi hermana Mari Carmen. Sé que esos años, él la llevó con orgullo y a mí me permitió conocer mañanas de Viernes Santo muy diferentes.
Hay otras mañanas de Viernes Santo con encantos singulares. Vivirlas siguiendo la procesión desde fuera puede ser un cúmulo de sensaciones especiales: Descubrir con “Jandri” rincones de mi pueblo que siempre pasaron desapercibidos, compartir con la “Peña de la Pasión” desde la plaza de los Franciscanos avanzado el amanecer, el pasar de todas las imágenes y someterlas a la crítica mordaz de su estado o restauración, subir por los bancales y mirar atrás y ver los restos del castillo y la peña caída, o participar con “Jandri” en la tertulia del pino junto a nuestros ilustrados artistas de la imaginería, con los comentarios mordaces de José Zamorano. Allí en el pino, donde se recompone la procesión frente al convento de la Madre María Luisa para recorrer el último tramo por el barrio de Las Cuevas, se reunían cada Viernes Santo. Cuanta sabiduría y que gran capacidad de percepción.
Después, sin perder un minuto, correr a acompañar la subida del “Paso Gordo” en la última rampa, donde los hijos de “Jandri” iban de costaleros para, seguido, almorzar con ellos en el taller de Paco y Juan Antonio.
Bajar a la carretera de Lietor e iniciar el lento regreso hacia el Rabal. Allí unas vueltas tocando hasta que llegue la procesión. En las escaleras de la iglesia mi mujer nos esperaba tomando el sol y ahora en el mismo sitio, espera la llegada de sus tres costaleros junto a la hermana mayor que no deja de tocar su tambor, después de haber ayudado en el Calvario a bajar del monte la imagen de “La Dolorosa” con su hermana y su hermano costaleros.
Alguien se queja, ha pagado silla y no llega la procesión. ¡Tienen que prohibir los carros de las peñas! ¡Tampoco las madres deben llevar a sus pequeños en sus carros poque interfieren el lento caminar de los tamborileros y por ende el de la procesión! Que ganas de coger “pesambre”. Porque nosotros, que habíamos hecho el recorrido, sabíamos que los carros de las peñas son pocos y no paran la procesión y menos los de los niños. La cuestión es más sencilla: es que somos demasiados.
Esos otros viernes santos, generan vivencias, conocimientos, descubrimiento de un pueblo diferente. Yo les invito a que hagan la prueba y. antes o después de disfrutar “El Calvario”, paseen las calles de nuestro “Hellín antiguo” con el sonido de fondo de los tambores, seguro que me lo agradecerán.
Y sigue Viernes Santo; finalizada la procesión, en “La Plaza”, la Hermandad del Cristo del Desenclavamiento y Tambores Penitentes procederá a la retirada de los clavos que sujetaban a Jesús a la cruz. Momentos de percepción del dolor infligido a Cristo en la Cruz y proceder a su traslado al sepulcro.
Esa misma tarde, en los Oficios de Viernes Santo, con altares desnudos de cualquier ornamento, se describe la pasión y muerte de Jesús para la salvación de la humanidad. Son momentos de reflexión y profunda tristeza para el mundo cristiano, pero también de fuerza y esperanza.
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Procesión del Santo Entierro, quizá la de mayor recogimiento de nuestra Semana Santa. Músicas de difunto, tambores broncos y los oscuros colores de las túnicas de luto. Algún Guardia en las escoltas y las Manolas tan serias, que trasmiten su belleza desde sus ojos llorosos.
El paso de los tronos de La Virgen de las Angustias con Cristo a sus pies y del Yacente, por las estrechas calles oscuras ¡es escalofriante!
En el Rabal no puedo olvidar la imagen de las abuelas en las sillas del Casino con sus nietos bien arropados dormidos entre los brazos esperando la entrada de la “La Magdalena enlutada”, que belleza en su tristeza; detrás el “Medinaceli” llena de devotos la calle.
Y llega “El Yacente” de Mariano Benlliure en trono de Alejandro Barra (hijo) y recorre el Rabal en un silencio absoluto; detrás seguirá San Juan y cerrando “La Soledad”.
Otro momento mágico de nuestra Semana Santa se aproxima. Yo he corrido hacia “Las Claras” para entrar a tiempo en la Plaza.
Ya es la madrugada y la Plaza de la Iglesia está a rebosar. El Cristo Yacente espera a su Madre en el rellano de las escaleras de La Asunción.
Cuando La Virgen entra en La Plaza, el silencio es invadido por el sonido de las lágrimas de cristal al tocar las tulipas con un continuo tintineo; nada se oye excepto el vidrio. Al avanzar la imagen, encuentra a Juan como testigo y allí se despide de su Hijo en el sepulcro con música de silencio.
“El Yacente” asciende para entrar en el templo y la Virgen le sigue por las escaleras mirando a los hellineros sintiendo su soledad.
“Virgen de la Soledad/ que se pierde y aparece/ como Guadiana sin mar”.
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Llegado el sábado, podemos acompañar a nuestros invitados a disfrutar de nuestra excelente gastronomía y comer un gazpacho o un arroz y conejo con caracoles o incluso hacerlo nosotros mismos a leña si tenemos un lugar para ello, asegurando, eso sí, unos cuencos de “moje” y en los postres unos “panecicos” o unos buñuelos de viento con almíbar.
Desde la mañana se suceden actos de iglesia. Así, en los Capuchinos, veneran a la Virgen del Dolor y en La Asunción, la Soledad realizará su vela durante la tarde. En la noche la Vigilia Pascual se celebra en las tres parroquias al igual que en el Santuario del Rosario.
El duelo se romperá al avanzar la noche del sábado. Los tambores vuelven a salir y lo hacen con ánimo de celebración, ya hay rumores de que Cristo ha resucitado y los tambores salen y estarán tocando con alegría durante toda la madrugada. Centenares de visitantes nos acompañan y la diversión es la norma.
Hace años, solo se tocaba hasta la salida de las procesiones del domingo. Pero un año, siendo yo mayorcico, mientras dejaba el tambor y la túnica en mi casa de la Gran Vía, para descansar unos minutos antes de vestirme de doloroso, un grupo de tamborileros había ocupado la calle con grandes tambores y recios palillos: ni más ni menos que la Peña del Galgo con la cruceta que les tallase su amigo “El Jandri”. Poco a poco, cada año fueron más los tambores que acudían a esperar el Encuentro. Ahora son miles.
A las nueve de la mañana, la procesión del Resucitado baja por la Portalí. Delante, La Virgen de la Alegría con trono de Alejandro Barra (hijo), pregonada por nuestra tamborilera Melisa; seguirán los dorados de “Los Gorrinicos” y los celestes de La Verónica para abrir el camino a los de blanco y capa roja con el grupo escultórico de Cristo Resucitado de Coullaut-Valera y trono modificado por el escultor José Gabriel Barra. Recuerdo a Zafrilla y a D. Víctor García, dirigiendo “la carroza” antes de que finalizando el siglo fuese subido a hombros de costaleros el pesado trono.
Minutos más tarde, la procesión de la Virgen de los Dolores saldrá en dirección contraria. La Virgen de la Paloma seguida por la Magdalena y San Juan, abren el paso a “La Dolorosa”. Apenas alguna persona en la plaza cuando la Virgen es bajada por la escalinata.
Entrando en el Rabal nuestra excelente banda de música acaricia los oídos con la marcha “La Dolorosa de Hellín”.
Allí los balcones cerrados, las ventanas vacías, nadie en las aceras. La Virgen pasea su soledad a hombros de sus costaleros en un caminar perfecto. Es un recorrido especial. La Dolorosa transita tranquila sin disimular su profunda tristeza. Ella no coge “pesambre” y nuestra piel se eriza. Pasando el Casino, una ventana abierta y en ella “Doña Dolores”, que allí esperó a “La Dolorosa” cada Domingo hasta que la edad se la llevó. Seguimos Benito Toboso y otra ventana está abierta, es “la Lola”, la mujer de Miguel, la madre de “los churreros” que saluda a su Dolorosa y la besa con enorme amor.
Ya no hay más gente en la calle.
Al llegar a la peana, nadie.
Nadie hasta el plano de la feria donde el gentío se acumula y los tambores repican fuerte.
Llegando a la Gran Vía, hemos perdido una imagen y es la de la Magdalena, la gran amiga de Jesús, la que nunca le abandonó cuando sus apóstoles varones lo hicieron asustados. Ella, al verlo llegar por la Gran Vía, emocionada se dirige a él rompiendo su procesión y se postra rindiéndole homenaje. Ya no quiere separase, ya no le quiere perder y le acompaña hasta que encuentre a su Madre.
Todavía no se han visto Madre e Hijo y de pronto, giran en sus calles y enfrentan sus miradas. Se aproximan lentamente, la Madre ya ve a su Hijo y el hijo, Cristo Resucitado, ve a la Madre con el puñal en el pecho. Poco a poco, los tambores han dejado de tocar y el silencio es absoluto.
Siguen aproximándose, ya no se escucha nada ni a nadie. Hasta que, los mayordomos de trono de las dos hermandades ordenan abrir la piña y liberar a las palomas de la paz. Ahí, los tambores rompen a tocar al unísono, el sonido es atronador y las gentes aplauden con fuerza el indescriptible momento de emoción.
Antes, cuando los tambores no bajaban al encuentro, al abrir la piña, sonaba el himno nacional y se disparaba una gran traca. Entonces, los niños lloraban asustados al oír el sonido seco de la pólvora. No sé si siguen disparando la traca, lo que sí sé es que ya no hay niños que lloran porque la traca no se oye, lo que se oyen son tambores y los tambores no asustan a los niños en mi pueblo. Que bien recogió este sentir D. Tomás Preciado en su “Canción de cuna con tambor” cuando declama:
“…Dirán: «Molestos han sido los tambores,
sobresaltando al dormido».
Mas tú escúchalos. No llores.
Pues que en Hellín has nacido,
no te herirán sus rumores.”
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El corazón de la Madre Dolorosa debe ser liberado del puñal. El elegido o la elegida, asciende, retira el puñal y lo enseña a la población entre aplausos y vítores. La Virgen de los Dolores recupera la alegría contemplando la imagen de su hijo, que en gesto desafiante muestra su cruceta, la Cruz de la Cristiandad.
Como no nombrar a algunos de esos elegidos y me disculpo con los demás: Paco Vaquero, ahí sigue, padre y abuelo de toda una dinastía de dolorosas y dolorosos; él me sacó unas lágrimas cuando le vi elevado ofreciendo “el dolor” a su pueblo aquella Semana Santa. Y el recuerdo de D. Victoriano, aquel párroco que tantos años tuvimos y que fue tamborilero y nazareno y sin ser hellinero de nacimiento, lo fue por derecho propio y entendió nuestra gran fiesta mejor que muchos de nosotros.
Y a mi querido Juanín, ¡Andújar tenía que ser! Sangre de “los Campaña”. Él no le quitó el puñal en el trono, pero lo hizo con su precioso verso de Domingo a la Dolorosa:
“¡Qué castiza es esta Virgen!
¡Qué hellinero es su tocado!
¡Qué emocionante es saber
que Dios ha resucitado!
La mañana del Domingo
vestida por blancas manos,
la Dolorosa camina
con el hijo a su costado
y de su pecho de rosas,
con tambores redoblando,
una mano temblorosa
que Dios ha santificado
con un rito milenario
porta el puñal desclavado.
Por los rincones del tiempo
del hellinerismo andando,
la Dolorosa de Hellín
extiende sus santas manos
para mostrar a su pueblo
que su dolor no ha acabado,
que tiene miles de hijos,
como aquel, crucificados,
soportando los dolores
de miles de injustos clavos.
Que el pueblo de Hellín la escuche,
que se muestra solidario
y que juntos la veneren,
poniendo su amor humano
junto a todos los que sufren
tantos puñales clavados.”
Estos versos emotivos, colocan a las madres en un lugar principal más allá de la liturgia. En mi caso, una vez besado el puñal, acudíamos sin demora a saludarla. ¡Madre aquí estamos tus dolorosos! y cada Domingo de Resurrección, la historia se repitió, antes con mi padre y mi hermano, después con mis hijos. ¿Qué sería la Semana Santa Hellinera sin ellas?
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Las imágenes inician su regreso en una única procesión. La música de las bandas es alegre y entre pétalos de rosas bailan las santas mujeres portadas por costaleros que hacen el último esfuerzo. San Juan les sigue admirado y también recibe flores y llegan la Madre y el Hijo, los vítores son continuos y los pétalos de rosa descienden por las fachadas desde cualquier balconada.
Los tamborileros en su regreso han ido llegando a sus Peñas o a las sillas preparadas para ver la procesión. Cuando “La Dolorosa” llega a “La Peana”, por donde unas horas antes había pasado en absoluta soledad, hellineras y hellineros, desprovistos de sus tambores, cruzan los palillos y la banda toca el himno de la ciudad. La euforia se desborda, la banda repite el himno una y otra vez y todos cantan sin tregua, despidiendo así a su Hellinera Virgen Dolorosa.
Llegando al Rabal, ventanas y balcones llenos. En la calle no cabe un alfiler y “La Dolorosa” desfila majestuosa entre las gentes de Hellín y si durante todo el trayecto ha recibido lluvia de flores, en el Rabal será un diluvio.
Detrás viene el Resucitado exhibiendo a sus romanos. La imagen del Salvador es vitoreada sin pausa.
Y como decía Pedro envalentonado tras superar los miedos a los judíos: “A este Jesús al que vosotros matasteis, Dios le resucitó, y nosotros somos testigos…”
Al llegar a la plaza, encuentra a “La Madre” esperándole. Sus costaleros ya han subido el primer tramo de las escaleras de “la iglesia” y allí se despedirá de su pueblo tras saludar a su hijo en presencia del “Apóstol Juan”. “La Dolorosa” asciende el segundo tramo de las escaleras y frente a su Hijo se despide también de él con los costaleros cantándole la Salve. Es el momento de recoger unas flores del trono, que llevábamos mis hijos y yo a mi madre mientras vivió y que ahora entregamos a mi hermana mayor.
Ya solo queda el desfile de las bandas de música que han participado en las procesiones. Con paso rápido, recorrerán la Calle Ancha y el Rabal. Cuando parece que ha llegado el final, irrumpe desde La Plaza nuestra mejor tamborilera, “La Virgen de las Penas”, que al son del pasodoble “tres veces guapa” tocado por cornetas y tambores bailará con el gentío al grito de guapa, guapa y guapa y ascendiendo y descendiendo, dando vueltas hacia adelante y hacia atrás, se dirigirá a su morada hasta la siguiente Semana Santa.
Ahora sí mi admirado “Peteneras”, sin duda serán los tambores nuestros mejores pregoneros, pero yo humildemente he cumplido mi compromiso, lo he hecho con todo mi respeto a las tradiciones y manifestando algún deseo. Esta es, una Semana Santa, la que yo conozco y me apasiona, de la que tan orgulloso me siento, la que me enseñaron mis padres a los que he echado muchísimo de menos en la elaboración de este Pregón. Ahora el momento es de ustedes; vengan a mi pueblo a disfrutarla, les aseguro que por su complejidad es difícil de describir, pero por su belleza y su amabilidad es muy fácil de ser vivida.
Gentes de fuera y de aquí les esperamos en esta Singular Fiesta
Viva la Semana Santa de Hellín
¡Muchas Gracias!