Teresa Jornet Ibars nació el 9 de enero del año 1843, en Aytona, Lérida (España) del sencillo y cristiano matrimonio formado por Francisco Jornet y Antonia Ibars. Al día siguiente recibe el sacramento del bautismo y el de la confirmación a los 6 años de edad.
Su tía Rosa consigue de sus padres llevársela a vivir con ella a Lérida donde cursa sus primeros estudios; en las vacaciones escolares vuelve a Aytona a disfrutar de la compañía de sus padres y sus 4 hermanos. Más tarde, Teresa se traslada a Fraga (Huesca) para continuar los estudios de magisterio. A los 19 años ya tiene las oposiciones y el Ministerio de Educación la destinó como maestra a Argensola (Barcelona).
Su tío, el padre Francisco Palau y Quer, -hoy beato- carmelita descalzo exclaustrado, la invita a trabajar, con su título de maestra, en el Instituto de Hermanas Terciarias Carmelitas recientemente fundado por él; durante un tiempo, Teresa se ocupó con celo y esmero técnico en aquellos pequeños colegios, pero sin ligarse con un compromiso de vida religiosa.
Le pareció sentirse llamada a la vida contemplativa y sus pasos se dirigieron al monasterio de Clarisas en Briviesca (Burgos) del que tuvo que salir, poco después, por motivos de salud. La experiencia que vivió en el monasterio, sin duda, le aportó una gran riqueza.
Una luz la iluminó
Esta luz llegó en el mismo 1872 e iluminó definitivamente su existencia. En junio de ese año acompaña a su madre a tomar las aguas termales de Estadilla (Huesca). Al regreso, se detienen en Barbastro, donde entran, providencialmente, en relación con el sacerdote don Pedro Llacera; éste captó enseguida los valores excepcionales de Teresa, que se acercaba a los 30 años de edad sin tener una orientación definitiva.
Don Pedro le dio a conocer los planes de una proyectada fundación religiosa para acoger, en ambiente de familia, y prodigar toda clase de asistencia inspirada en la caridad evangélica, a los ancianos más pobres; fundación nacida del celo sacerdotal de don Saturnino López Novoa. La amistad que une a don Pedro con don Saturnino es grande y surgió siendo don saturnino párroco de Barbastro. Esto explica el que don Pedro apoyara el proyecto de fundación de don Saturnino y el interés en orientar hacia esa misión a las jóvenes que encontrara idóneas para ello.
En ese momento, Teresa vio abierto el camino de su vida, ya lo tenía claro; era precisamente la obra a la que Dios la llamaba: desde su consagración incondicional al Señor por medio de la profesión religiosa gastar sus fuerzas, toda su vida en el servicio de los ancianos necesitados. En ellos serviría al mismo Cristo “cuando lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” Mt 25,4, y ellos, los ancianos, verían en ella la providencia amorosa del Padre que les cuida.
Las vicisitudes que había atravesado, en apariencia nada conducentes, habían sido una providente preparación y entrenamiento para esta misión que el Señor le tenía reservada.
En el camino de su vida
El 11 de octubre de 1872 Teresa abandona otra vez su hogar de Aytona para unirse a las aspirantes de la naciente fundación, congregadas desde el 4 de octubre en Barbastro (Huesca). Desde el primer día Teresa destacó en la incipiente comunidad.
Teresa, al frente del nuevo Instituto como superiora general, primero designada por la autoridad eclesiástica y, después elegida y reelegida en los capítulos generales de la Congregación, lo rigió con mano firme, con inteligencia lúcida y con corazón generoso.
Fiel al encargo del Fundador, cuando le entrega las constituciones, recibe el espíritu y carisma, lo encarna, vive y transmite con fidelidad a las comunidades del Instituto en sus visitas canónicas y con sus más de dos mil cartas circulares. Fue siempre el alma y la vida del Instituto; condujo a la Congregación por caminos de santidad. Alma grande, afronta dificultades y privaciones con gran fortaleza de ánimo y confianza en la divina providencia.
Con gran consuelo de su alma, recibe la aprobación definitiva de las Constituciones, pocos días antes de morir, el 21 de agosto de 1897, que arrancan de su corazón el famoso testamento que legó a la Congregación, desde su lecho de muerte: “Cuiden con interés y esmero a los ancianos, ténganse mucha caridad, y observen las Constituciones; en esto está su santificación”.
Murió santamente en Liria (Valencia) el 26 de agosto de 1897. Fue beatificada por Pío XII el 27 de abril de 1958 y canonizada el 27 de enero de 1974 por Pablo VI. Sus restos mortales se encuentran en la Casa madre de la Congregación, Valencia. Su fiesta se celebra el 26 de agosto.