Al estilo de los bestiarios medievales, que reunían entre sus páginas monstruos de toda clase y condición, fruto de las exageraciones de ciertos exploradores y cronistas, de la superstición popular y de la fantasía colectiva más delirante, “Bestiario Urbano” recopila la asombrosa fauna del siglo XXI, de los híbridos, mezcla de ser humano y animal, que genera una imaginaria sociedad mutante en la que el esperpento, el despropósito, la desvergüenza, el oportunismo y el patetismo, se convierten en uso y costumbre como resultado de la naturaleza atávica y contradictoria del ser humano.
Con fino sarcasmo y sátira, José Antonio Iniesta ha creado un mundo independiente, un pequeño cosmos de sorprendentes personajes. Pero por más que nos asombre, no son más que el reflejo caricaturizado de una sociedad real como la vida misma, que en muchísimas ocasiones nos deja perplejos por sus excesos y desvaríos.
ÍNDICE
I.- Verduleraharpía.
II.- Polillaprimitiva.
III.- Orejamóvil.
IV.- Telepegatinaadicto.
V.- Ratonóptico.
VI.- Autoconvencido.
VII.- Malabaristaadulador.
VIII.- Acaparaloquepuedas.
X.- Estoyquemelanzo.
X.- Telebasuriño.
XI.- Orugainsulso.
XII.- Estomagoagradecido.
XIII.- Pobredemí.
XIV.- Mirameynometoques.
XV.- Paraanormaloide.
XVI.- Miraquetesacolosojos.
XVII.- Comoelperrodelhortelano.
XVIII.- Chupacámaras.
XIX.- Sipongouncircomecrecenlosenanos.
XX.- Peritaendulce.
XXI.- Escepticopornaturaleza.
XXII.- Estoydevueltadetodo.
XXIII.- Lapaordenador.
XXIV.- Telepredicador.
XXV.- Amiquemeregistren.
XXVI.- Silosenovengo.
XXVII.- Sietemachos.
XXVIII.- Yopecador.
XXIX.- Repelenteniñovicente.
XXX.- Programadorvirtualdelarealidad.
XXXI.- Salvapatrias.
XXXII.- Beneplacitoabducido.
XXXIII.- Cargadoderazón.
XXXIV.- Piesparaqueosquiero.
XXXV.- Sanguijuelaprestamista.
XXXVI.- Curalotodo.
XXXVII.- Semeaparecelavirgenytodoslossantos.
XXXVIII.- Teleatonitovidente.
XXXIX.- Galloafónico.
XL.- Porunminutodegloria.
PRÓLOGO DE JESÚS CALLEJO
¡Qué bestia!, solemos decir cuando alguien nos asombra por alguna de sus cualidades tanto por exceso como por defecto. Es una bestia parda o está hecha una fiera corrupia. Todas son expresiones válidas dentro de nuestro acervo cultural para referirnos a lo mismo: a lo asombroso.
Pues bien, yo digo y bien alto ¡qué bestia este Iniesta! No sólo por su capacidad de trabajo y por esa humanidad que le desborda y le sale por los ojos y las orejas, sino porque ahora nos crea una nueva modalidad de bichos urbanos; qué digo bichos, monstruos; qué digo monstruos, bestias, que dan la impresión de que no existen –sí, ése es su juego–, pero en el momento en que alguien es capaz de imaginarlas y nombrarlas, ¡zas!, adquieren vida, y qué vida, como si fueran el golem de los cabalistas medievales, que luego no hay forma de pararlos.
Cuando hace tiempo publiqué mi Bestiario Mágico no tenía a mano este Bestiario Urbano porque de seguro que no sólo lo hubiera citado como descendiente legítimo y directo de los bestiarios medievales que han sufrido una mutación con el transcurso del tiempo, sino porque aporta un nuevo paradigma. Son una clase de bestias que ya no dan miedo, sino risa. No provocan el pánico, sino el sentido del humor. Son bestias con gracia, unas cachondas mentales que dan sustos a base de reírse de ellas mismas y de reflejar nuestras debilidades más humanas. Son los homer simpson del imaginario colectivo filtrados por la mente de un monstruo literario llamado José Antonio Iniesta.
Por cierto, Iniesta, por si alguien no lo sabe, es un inventor de palabras y un creador de universos, y en este libro lo demuestra una vez más. Tan importante es crear una figura de la nada como darle nombre. Y a fe que da nombre a unas cuantas y crea un buen rosario de entelequias urbanas, a cual más variopinta, eso sí, edulcoradas con cuarto y mitad de sarcasmo. Son las “razas de la noche” que inundan nuestras pesadillas y las esquinas de las ciudades, son las clases sociales diurnas que se inmiscuyen en nuestros asuntos cotidianos aunque no les demos permiso de acceso. Da igual, son bestias y pueden hacer lo que quieran y cuando quieran. Es bueno conocerlas, saberse sus nombres, sus costumbres y sus movimientos, porque nunca se sabe dónde acechan, qué es lo que traman, qué planes tienen contra nosotros, sí, contra usted, que está leyendo el prólogo, no crea que está a salvo de su influencia, y si no le propongo un juego. Abra al azar el libro y fíjese en la página y el grotesco monstruito que le ha salido. No crea que es puro azar, es la bestia que le corresponde en ese momento, con la que está a punto de encontrarse cuando salga de casa, la que su mente está deseando leer para saber a qué atenerse, para conocer cuáles son sus puntos en común, o cuáles sus debilidades más inconfesables en ese preciso instante. Y luego no se lo diga a nadie. Cálleselo, porque hay cosas de nosotros mismos que es mejor que nadie conozca.
En el astral hay monstruos que ni siquiera imaginamos y en el mundo literario hay otros tan célebres que parece que siempre han estado ahí, como es el caso del entrañable Frankestein. Pues bien, a partir de ahora vayamos familiarizándonos con el salvapatrias, el yopecador o el estomagoagradecido, porque, efectivamente, van a formar parte de la familia.
Por todo esto y por más, es un libro que está a la altura de los mejores creadores de mundos imaginarios, mundos que están más cerca de nosotros que la palma de nuestra propia mano. No nos confiemos. Malabaristaaduladores están en todos lados, según el prestigioso investigador en mutaciones Don Crescencio Irione.
Pero les advierto, lo peor de todo es que corremos el riesgo de familiarizarnos con uno de ellos, que le cojamos cariño –y que él nos coja a nosotros–, y que nos sintamos identificados con él. Entonces estamos perdidos. Formaremos parte de este bestiario urbano sin remisión y dejaremos de ser lectores pasivos para convertirnos en un engendro más que ha devorado la propia obra.
Todo eso se consigue gracias a la varita mágica de Iniesta, todo un hacedor de milagros, un mago del tarot en su plena expresión que puede conseguir lo que se proponga. Nos contagia con su verbo y con su escritura. Sabe que las palabras están cargadas de poder. De hecho, yo mismo, que estoy escribiendo este prólogo, empiezo a notar ciertas sensaciones extrañas en mi cuerpo, me empiezan a salir alerones y estrías que antes no tenía y hasta surgen unas misteriosas prolongaciones en mis dedos. Estoy que me lanzo. No sé, ¿será contagioso? Tengo la sensación de que me estoy convirtiendo en un nuevo personaje de la saga y hasta veo el nombre… soy un… prologoadictodiposo o algo así.
¡Ay mi madre!, voy terminando que esto no me gusta. Si lo sé no vengo. Mi piel antes era rosácea, ¿verdad? Menos mal que tengo a José Antonio Iniesta, que se sabe todas las pócimas, potingues, ungüentos, remedios y electuarios para realizar, si fuera menester, los contraconjuros necesarios que neutralicen este proceso de mutación que estoy sufriendo… aunque sufrir, sufrir… qué diantres, que estoy disfrutando como un enano dicharachero…
Y ahora voy a leer de nuevo el libro. De un tirón. Lo necesito. El lado oscuro de la página me llama… Pobre de mí.
¿Estaré ya contagiado?